miércoles, 29 de agosto de 2007

La piel y el tiempo


Respirando agua, aleteando como un pez que absorbe el líquido marino producido por los poros abiertos de la otra piel.

Una nota musical al tacto de cada peca, encubierta por el vestido transparente dibujado por el sol. Curva del tobillo, perfil arrogante del dedo gordo del pie, cinturita del cuello; fotografía perfecta de una pareja sin tiempo que usa cada gota de sudor para alimentar la clepsidra que avisará hasta cuándo.


lunes, 27 de agosto de 2007

Finlandia

El asfalto caliente haciendo rechinar al aparato con alas que nos ha traído de vuelta, huele a desierto, a amarillo raído cubriendo la tierra, el cielo marchito sin una pizca de compasión ni un resquicio de agua que calme la sed de volver. Sólo piscinas que dan asco, agua asesinada sin clemencia.

Las piernas plegadas voy a guardarlas en el armario para que no estorben, los ojos pegados con un alfiler decorando el pasillo de la entrada, como si fuera la más preciada obra de arte contemporáneo, digno del Kiasma helsinkiano. Mi cristalino ya no ve los olivos, se ha empeñado en repetirme la verde Finlandia donde hundí los pies y me arrodillé a sumergir mi lengua en uno de sus mil lagos. Tengo la piel rosa de tanto sentir y palpar con los poros el sonido del bosque. He acariciado la Laponia camuflada de renos, he sentido respirar a los alces en mi nuca, tras los troncos. Cuánto silencio he podido escuchar! Pinos mirándome desde muy arriba, con su sabiduría pentacentenaria que no necesita palabras para darte una lección. Ciudades encubiertas por los bosques, rodeada de ríos, atravesada por lagos que se ofrecen con la boca fresca a los pocos humanos que se atreven a vivir aquí. 17 habitantes/ kilómetro cuadrado, a eso le llamaría libertad! Pululan rincones para respirar, donde sí vale la pena pasar un domingo, nada parecido a la masificada geografía española, a esas playas del sur que son un rebosadero de gente en verano, sacos de gambas que se cuecen, sudores revueltos, humanos que no saben más que ir a donde todo el mundo va, y son tan felices disfrutando de la muchedumbre, la basura y el cigarrillo… Quizá eso sea de admirar.

Aun tengo en el paladar el amarillo, rojo y violeta de las bayas que como estrellas decoran la tierra y qué decir de los champiñones de diferentes colores y sabores desperdigados por el campo, que dan ganas de hincarles el diente.


Es el agua, es la arena, la calma, el no tener que llenar de palabras el viento, amor al silencio, al cuerpo desnudo arrullado por el lago que refresca la piel después de haber aspirado el halo ardiente de la hierba y el agua en la intimidad de una sauna. Pues sí, en Finlandia la gente sabe estar callada y no pasa nada, nadie te presiona a decir tonterías, la vida funciona de otra manera. Y en cuanto al cuerpo… la desnudez es algo natural por lo que no hay que sentir vergüenza, con amigos y compañeros es habitual meterse a la sauna, y en estos templos espirituales la ropa está de más.

Debe ser extraño vivir en un país como ese, con temperaturas extremas, con cambios tan bruscos. Largos meses de invierno en los que apenas sale el sol, cansancio, sueño, noches de más de 20 horas, lagos congelados, nieve cubriéndolo todo, sin duda debe ser aterrador. Luego, en verano, semanas en las que no se pone el sol, tiempo para todo. Y la pobre psiquis derritiéndose como una vela, rozando la demencia, con un pie en el séptimo infierno.

Yo con ganas de quedarme, de ponerme a prueba, de ver si la depresión sería de mí, como lo es de tantos, mi dolorosa amante. Ganas de desprenderme de mi malicia, de ese gen de la pillería que tanto daño hace. Allí la gente es correcta e inocente; si vas a una tienda con un artículo defectuoso y dices que se te ha perdido el ticket, creen en ti, te lo cambian o te devuelven el dinero. Un país que todavía no está contaminado por la plaga consumista. Es tan diferente a todo lo que conozco, allí se sabe vivir en sociedad, hay respeto al otro, hay respeto a la naturaleza, hay esto y lo otro, hay, hay y hay.

Jose me besa muy suave para ayudarme a abrir los ojos, su boca roja me trae de vuelta a esta España que tampoco es tan mala y también tiene su encanto.