jueves, 16 de julio de 2009

Un trago de ron

El mar hoy no tiene gas, alguien se lo sacó anoche en un descuido de la arena. Pero la estridencia de las risas disimulan la mudez de las olas, y nadie se entera de que el mar le ha cedido su papel de musa a un borracho para que lo vomite a su avío. El dedo pulgar en la barbilla, dibujando un signo de interrogación en mi rostro cuando camino en la orilla golpeando las olas, como para vengarme del hastío que me produce estar aquí. Al mismo tiempo en que el perfil de las palmeras se clava en mi entrecejo y el sol pinta la piel que se deja ver, el sonido del mar me taladra la sien y me cuesta respirar. Como una condenada me paso el día entero tirada en la arena, soñando con la sonrisa clara y la piel con historia de la gente real que camina al otro lado haciendo música con cada paso. Aquí el mar tiene un sonido realmente triste, los pies cubanos no alegran esta arena, y yo me muero de ganas de estar al otro lado del espejo, aunque la cisterna sólo funcione con cubos de agua y tenga que esperar durante una hora la güagüa mientras hago la fila para comprar el pan.

Necesito quitarme las orejas por un momento, plantarlas en un jardín para que estén a salvo y así mismo ponerme a salvo también. Tengo que escapar de este lugar soleado pero lúgubre, el regetón que escucho cada día me ha borrado la sombra de mi pelo y me está robando mi mirada de claro oscuro.

Todos tan felices en su mundo irreal de hotel “all inclusive” con playa propia y un estúpido trencito para ir al Centro Comercial. Para ellos es suficiente con comer, cagar y comprar. A quién le interesa ver el país que visita y conocer a su gente? Con lágrimas evaporadas que me resbalan por los senos, me doy cuenta que estoy en el lugar equivocado y no puedo evitar sentirme mareada y asqueada en esta burbuja que no me pertenece. Otro ser humano más sensato que yo, sería realmente feliz aquí, lo sé… Tan cansada de esto, de cuando en cuando me siento en una silla del Centro Comercial a hablar con la gente de cualquier cosa y sin poner excusa. Pero en breve tengo que seguir con esta farsa de mirar cosas y mostrar interés por los artículos inútiles que acaban de comprar y que terminarán en el contenedor muy pronto.

Quiero pinchar con uñas, dientes, clavos y lo que haga falta, esta burbuja y salir corriendo para siempre. Tengo que escapar!


Duelen los pliegues de los ojos de tanto ver. A los zapatos de ella se le ha salido una puntilla y se le está clavando por debajo de la uña; saber que comer tres veces al día es un lujo para muchos en este país de contrastes y que con revolución y sin ella siempre habrán clases sociales… la pareja de alemanes con la que gasto las horas no entiende por qué los cubanos son tan felices sin tener nada, quizá la respuesta está en que tienen música en las venas. El hombre que pone el café destila ritmo por sus manos, la mujer que hace las camas respira siguiendo el coro de fondo, y yo, de repente me sorprendo bailando sin música, como protagonizando un ritual santero. Las berenjenas se están pudriendo al lado de la tumba como lo ordenaron los muertos y los tambores africanos se escuchan a lo lejos.

La primera semana caí en la trampa de Cuba por ingenua, después de haber pagado 11 CUC por una llamada de 15m a la Habana supe que tenía que encontrar una mejor manera para hablar. Pocos días después me conseguí una “tarjeta propia” y por el mismo tiempo de llamada pagué alrededor de 5 pesos de moneda nacional, alrededor de 15 cents de CUC. A los días necesité lavar ropa y los desorbitados precios de la lavandería del hotel me obligaron a llegar a un buen acuerdo con la lavandera, que funcionó bien hasta que una de las dos lavadoras se estropeó y tuvimos que optar por opciones como secarme la ropa que había lavado a mano, o la de la lavadora que me traía mojada de su casa la mujer de la limpieza. Estos niveles de corrupción tan maravillosos sólo son posibles aquí y no dan remordimiento alguno porque sirven para que la gente viva un poco mejor, con una pensión de 7 CUC al mes o un sueldo de 12 todo es limitado, y hasta comer bien no es más que un

privilegio de pocos.

Duelen los pliegues de los ojos de tanto ver. A los zapatos de ella se le ha salido una puntilla y se le está clavando por debajo de la uña; saber que comer tres veces al día es un lujo para muchos en este país de contrastes y que con revolución y sin ella siempre habrán clases sociales… la pareja de alemanes con la que gasto las horas no entiende por qué los cubanos son tan felices sin tener nada, quizá la respuesta está en que tienen música en las venas. El hombre que pone el café destila ritmo por sus manos, la mujer que hace las camas respira siguiendo el coro de fondo, y yo, de repente me sorprendo bailando sin música, como protagonizando un ritual santero. Las berenjenas se están pudriendo al lado de la tumba como lo ordenaron los muertos y los tambores africanos se escuchan a lo lejos.

A punto de desatornillarme la cabeza se me ocurrió tomar el estúpido trencito con destino al dichoso Centro Comercial, con la intención de cambiar dinero a moneda nacional, para pasado mañana volver a la vida, plantarme muy a las 6:00 en la carretera a “hacer botella”, es decir, echar dedo hasta que un buen samaritano o alguien que necesite dinero, me lleve a Varadero, que está a 10 kilómetros. Y allí esperar a que una güagüa que venga de otra ciudad y vaya para La Habana me quiera llevar por uno o dos pesos. Feliz con mi plan me pongo a buscar una Cadeca (casa de cambio). Del Centro Comercial me mandan a un hotel y del hotel a Varadero, así que la botella empieza antes de lo esperado… Un simpático tío me recoge en su escúter, me lleva a mi destino y cambia el dinero por mí. A la vuelta, haciendo botella, se detiene un hombre en un autobús, paramos en mitad del camino a bajar cocos y beberlos, y a sentir el viento. El día ha valido la pena, al menos por hoy he conseguido llenar los pulmones con aire que huele más a piel que ha sal.

Las palabras enredadas entre flores recién nacidas

salidas de los dedos a la madrugada por pura necesidad

porque estaban haciendo daño dentro,

tantos versos cociéndose debajo de la piel

por culpa de esa canción, de esa forma de traspapelarme el alma

cuando la existencia deja de pesar y sólo importa la música.

Las palabras vertidas por los poros

que como tacitas de té son bebidas de un único sorbo

por el lápiz y el papel de la memoria,

que son los que mejor entienden este estado desprovisto de tiempo

cuando se es más que feliz

Ya vacía de palabras

las caderas y las maracas se alzan. Sólo queda la música!

Familiarizada con esto del autostop, al día siguiente de nuevo me fui a Varadero a encontrarme con un mulato de mirada verde que encandilaba, y que trabajaba en el hotel. Fue una buena tarde de hablar y caminar sin prisa. De vuelta, durante 40 m estuvimos esperando la güagüa, pero nada de nada, yo nerviosa, no sabía cómo decirle que pasara la calle y me dejara sola, sabía que de ese modo sería mucho más fácil llegar pronto a mi destino, porque a una mujer sola siempre la ayudan. Nunca sentí miedo, de hecho aquí todo el mundo hace botella a diario. El chico entendió mi razonamiento y se fue. A los 4 minutos ya estaba felizmente montada en un vehículo que me adelantó un cuarto del camino, y cuando me bajé sólo tuve que esperar un par de minutos para que una pareja se detuviera.

La manecillas del reloj formando una línea vertical continua que me delimita en el punto cardinal cero para comenzar la travesía, sin adivinar que 10 horas y media después estaría buscando en la penumbra desesperadamente una güagüa o máquina que me trajera de vuelta a Varadero. En la noche muchas zonas de la ciudad asustan, mi suerte era ir de la mano de una habanera, al menos si todo fallaba tendría un colchón desde el cual podría escuchar los pasos del reloj. Desde que salí del hotel en la mañana he conocido a mucha gente que me ha ayudado sin pedir nada a cambio (o quizá me lo han pedido y yo no me he dado cuenta, puede ser). Una de las cosas rescatables de este sistema es que hace que la gente comparta lo poco que tiene, un día das tú, otro día recibes, el grado de amistad al que se puede llegar aquí creo que es mucho más profundo e incondicional que en otros lugares. Lo que no puedo soportar es que por otro lado haya un montón de gente que quiera aprovecharse de mí porque soy turista, o bueno, ellos creen que lo soy. A las 6:30 pude tomar el bus para Matanzas pagando en moneda nacional sólo porque un cubano habló por mí, de haberlo hecho yo con mi acento habría tenido que pagar 24 veces más. En Matanzas conseguí rápido una máquina para La Habana, porque sólo dije 2 palabras y no me descubrieron. Aquí dependo de los demás de una forma que me resulta vergonzosa, por culpa de este individualismo al que ya estoy habituada. El regreso fue una verdadera odisea, por haber abierto la boca más de la cuenta. 5:30 de la tarde, en la terminal me dejé pillar, se regó la bola y todos me miraban como si fuera culpable de no ser de aquí y me querían hacer pagar un alto precio por ello, así que decidimos ir a probar suerte a la otra terminal de ómnibus y dejar que mi amiga resolviera todo por mí. Para llegar allí tuvimos que caminar, más bien correr, alrededor de 25 minutos y esperar el ómnibus otros 30, así que cuando llegamos ya eran casi las 7 y mis posibilidades de éxito se extinguían a una velocidad asombrosa. El conductor de la máquina nos preguntó que si íbamos para Varadero o Matanzas, pero los casi 70 años de mi amiga no la dejaban escuchar, y mi pecado de no ser de aquí no me dejaba contestar. A la tercera vez que preguntó, el pellizco que le metí la hizo responder; entonces me monté asustada con los dos tipos en el coche destartalado que no podía ir a más de 70 km/h. Si nos cogen en un control este tipo se metería en un problema grande por transportar a una “turista”, se supone que yo debo coger el transporte que me toca sin hacer preguntas…La cosa podría tan grave que hasta el carro se lo podrían quitar. Yo en silencio, llenándome de culpas y esperando llegar al menos a Matanzas para empezar a hablar. Acorde a mi plan, cuando vi el letrero de Matanzas sabía que estaba salvada y aunque me obligaran a bajar del carro podría conseguir algo para llegar a mi destino. Lo bueno de haber hablado fue que una vez el muchacho y yo nos bajamos, me acompañó a la carretera, detuvo la güagüa, habló por mí e incluso tuvo la cortesía de pagarme el pasaje. Es maravilloso encontrar gente así por el mundo, dan ganas de pillar la sombra de éste día con un alfiler cualquiera y clavarla en el álbum de los recuerdos, dan ganas de destemplar el rumor de las olas por el placer de afinarlas con la punta de la lengua, dan ganas, dan ganas, hasta de quedarse aquí, al menos por unos años, supondría renunciar a muchas cosas por otras; no debería ser tan duro.

Las historias bellas de esta isla me las encontré en la calle haciendo botella. Otro día, tentada con la idea de irme a Matanzas, me monté en un autobús cualquiera, al poco rato se sentó a mi lado Vidal, un hombre de unos 50 años que sería mi guía en la ciudad. Nos bajamos en el teatro Sauso y me invitó a un café en la casa de los artesanos. Él iba a solucionar unos asuntos de trabajo, así que quedamos de encontrarnos una hora y media después. Ese rato lo invertí en retratar la vieja ciudad y entrar gratis al Palacio de Junco haciéndome pasar por cubana. Después de esperar al hombre un buen rato me puse a conversar con un anciano, le pregunté si podía cambiar un billete, porque necesitaba una moneda para pagar el autobús, ya que aquí los conductores no dan devuelta, los pasajeros depositan el dinero en una alcancía transparente gigante. El hombre no tenía para cambiarme, pero a cambio me ofreció con insistencia el peso que me hacía falta. Al ver que mi nuevo amigo no aparecía me puse a esperar la güagüa hacia Monserrate, 30 minutos después me aconsejaron que tomara un taxi en frente, y cuando estaba atravesando el parque me encontré a Vidal, gran salvación! Porque así tomaríamos un taxi local y pagaríamos con moneda local. Después de ver a Matanzas desde lo alto, gracias al autostop llegamos de nuevo a la ciudad, y luego tomamos una máquina para ir al punto donde pasa el transporte a Varadero. Después de 45 m de tranquila espera para él y cansina para mí, entendí que todavía tengo mucho que aprender aquí.

Ya en Varadero cogí el transoporte de trabajadores hasta el hotel, y Vidal se sentaría a comer con el dinero que le había dado, al menos eso dijo, o quizá se iría para su casa de Cárdenas (el pueblo de Elián, recordáis la historia del niñito cubano que no quería devolver EEUU?) y haría rendir los CUC lo mejor posible. Cuando llegué el guardia del Hotel se interpuso en mi camino y con un “chica, ven pa’ca, tú qué quieree”, supe que mis ojos se habían cubanizado y que, para mi dicha, jamás volvería a ser la misma.