lunes, 12 de septiembre de 2011

De besos y abrazos


Me preocupaba el hecho de resultar empalagosa, de que mis muestras de afecto se convirtieran en jeroglíficos machacados y exprimidos al revés, así que para evitar malentendidos culturales me propondría embadurnarme de hielo licuado, siempre, antes de salir. Pero mis preconceptos pronto se derrumbaron igual que mi juego de baraja española carcomido por las ratas y el tiempo; muy a mi pesar cayeron demolidos en frente de mis ojos. ¿Y ahora qué? ¿Cómo diantres reconstruiré la idea de este trozo de mundo? Nadie puede negar que categorizar, esquematizar, escarapelar, encasillar, rotular, y todos esos verbos, ayudan, de mejor o peor forma, pero ayudan, a moverse por la vida con cierta seguridad. Sí, sí, mis preconceptos se fueron al carajo cuando mi familia de acogida me abrazó, y cuando mi jefa también lo hizo, sin siquiera dejar entrever el frío polar que se avecina. ¡O sea que la gente por aquí no es un tempanito de hielo, ni tan distante como se cree! Quizá lo han sido, quizá estén cambiando con esto del mundo global y que tantas vacaciones en La Costa del Sol estén haciendo mella en su cultura… podía ser. ¿O será que por una casualidad –no tan casual– he conocido a los raros de aquí? Es cierto que mi imán para atraer a los abortados del sistema aún funciona a las mil maravillas, pero juraría que esta vez no lo he usado, al menos no exprofeso.

Vale, entonces ha quedado claro que los abrazos también existen en medio de la tundra, pero ¿y qué hay de los besos? Me atrevería a decir que esos sí que escasean por estos lares. Por más que busco no encuentro besos Almodóvar, por más que desempolve las piedras y me mueva entre los raros, la gente, cual muñequito hecho de Armatodo –o Play Mobil, como dirían los españoles- se abraza rígida, haciendo trinar las articulaciones, haciendo chasquear los vellos de los brazos. Tras el choque de dos cuerpos, en cuestión de milésimas de segundo los rubios de este lado se recomponen, reculan como buenos soldados, huyen, se esquivan, me esquivan. Es lo que toca. Mi beso termina, entonces, en el aire, lo veo marcharse libre, lejos; desaparece, y me alegro por él.

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