viernes, 2 de septiembre de 2011

No era yo la que se iba


Tomé el avión a la una de la tarde

pero no era yo la que se iba sino quien se quedaba

agonizante

con el peso de una ciudad a cuestas

que el silencio le negó.

La Alhambra ya no se refleja en el cristal del colorete

las chumberas ya no demarcan el camino,

solo una hilera de nubes que los ojos empaña.

Este cantejondo me está matando de a poquitos,

el viento venido de la sierra zumba y retumba

arrasando las solitarias migajas de esperanza.

Desde el avión repaso mis canas recién nacidas

las que surgieron en tantas noches de cervezas

y que con gusto voy a gastar en otro lado.

Qué sentido tiene vivir en el interior

de una postal sin remitente

en la que no se puede aspirar sino a limpiar el polvo,

la mugre de la mesa,

a servir un trago frío, un tango amargo

o simplemente no hacer nada;

hacer la cama, hacer el desayuno y la cena

hacerlo todo y no hacer nada.

Desconsuelo de un reloj patas arriba

y sin memoria

de un “érase una vez” que nunca fue.

Tomé el avión a la una de la tarde,

ya son las seis menos diez de un mes que no reconozco,

las aceitunas que me traje se han disecado entre los libros

y todavía lo estoy esperando.

Esa puta ciudad- florero me abandonó a mi suerte

(que los poetas de verdad le canten si quieren).

Mientras tanto seguiré diciendo que aquel día no era yo…

no era yo la que se iba.

No hay comentarios: