jueves, 22 de septiembre de 2011

La foto perfecta


A la hora del café, que en realidad son todas, por algo Finlandia ostenta ser el país número uno en consumo de café por habitante, la anfitriona se me acercó con el álbum familiar. Dada nuestra carencia de idioma común para comunicarnos y lo insuficiente que resultaba el diccionario, celebré la idea, pero no por mucho tiempo. Cuando la vi con su sonrisa limpia y sus ojos claros sujetando el álbum imaginé que me enseñaría las imágenes de su último verano en Fuengirola, la tarta de cumpleaños de su hijo o quizá un recuento gráfico de las pilatunas del perro. ¡Cuán equivocada estaba! Sin anestesia alguna la mujer abrió el libro de par en un movimiento ágil que no revelaba sus 80 años, y sí señor, lo primero que vi fue el primer plano de un cadáver. Las motas de algodón asomándosele por la nariz me dijeron cosas feas al oído. Acaso, ¿esto era una broma? ¿Será que en esta cultura aceptan la muerte con más naturalidad, y por ello no tienen pudor de registrarla y archivarla junto al resto de eventos de la existencia? Sinceramente no lo sé, lo único que tengo claro ahora es que el caricaturista que recreara este cuadro que estoy protagonizando, no se equivocaría dibujándome en plena petaqueada y con el letrero Plop tipo Condorito. Me vi desde fuera y me entró la risa –me la aguanté, como es natural–. Era cómico saberme ahí con cara de póker, sin poder salir corriendo y sin tener la menor idea de lo que debía decir; ¿quizás un lo siento, qué fotogénico era, qué guapo quedó o cómo le luce el maquillaje?

Bajo una serenidad impostada emití un hmmm sin poder evitar seguir mirando las motas de algodón que, sin lugar a dudas, me atormentarían esa noche.

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